Monumento

por Fernando Díaz

Como realizador, ir a filmar a un lugar emblemático ligado a los momentos más oscuros de la humanidad, fue una experiencia movilizadora que superó por mucho la motivación profesional. El documental MONUMENTO sigue la construcción del Monumento Nacional a las víctimas del Holocausto que hoy puede verse en la Plaza de la Shoá, Avenida del Libertador y Bullrich de la Ciudad de Buenos Aires. El Holocausto me resultaba lejano en el tiempo y en el espacio, pero, a poco de comenzar, el horror se hizo presente de inmediato. Jamás había pensado involucrarme con el Holocausto, ni conocer a sus víctimas y mucho menos viajar a Auschwitz. A continuación, algunas impresiones de dicho viaje.

Berlín – Cracovia . Invierno 2014

Cámara, sonido, produción, dirección, los dos arquitectos del Monumento, Gustavo Nielsen y Sebastián Marsiglis y Wanda.

La embajada de Alemania en Argentina nos ayudó con el viaje y la logística. Éramos un grupo numeroso: cámara, sonido, producción, dirección, los dos arquitectos del Monumento, Gustavo Nielsen y Sebastián Marsiglia y Wanda, joven argentina de origen judío coprotagonista del documental. En Berlín había una combi a disposición para nosotros con un guía que hablaba siete idiomas y conocía todo sobre vinos y cervezas del mundo. Los choferes se turnaban y entre ellos había un neonazi al que la justicia había condenado a cumplir una Probation que consistía en conducir a grupos de personas que normalmente rechazaría. La condena funcionaba bien y el tipo no sólo manejaba la combi, sino que además cuidaba celosamente a su grupo de sudacas y judíos. Nos abría y cerraba la puerta, ayudaba con los equipos de rodaje, cargaba el trípode, nos iba a comprar bebidas y se ofrecía para sacarnos fotos. Era corpulento y mantenía su estética intacta de cabeza rapada y borceguíes. La gente nos miraba por la calle cuando íbamos con nuestro skinhead, pero era un colaborador entusiasta y hacía esfuerzos sinceros por congraciarse con nosotros. En nuestro interior no podíamos evitar pensar lo diferente que sería la situación caminando por las mismas calles de Berlín 75 años atrás.

En sucesivas jornadas fuimos filmando exhaustivamente la ciudad y el Monumento a los Judíos de Europa junto a nuestros arquitectos hasta que finalmente dejamos atrás Berlín.

Con cambio de chofer partimos rumbo a Cracovia, Polonia, desde donde iríamos a Auschwitz. La tensión aumentaba, no sólo Wanda era judía, sino que casi todo el equipo técnico lo era. Cracovia estaba fría y hermosa y como toda Europa preparando sus mercados para Navidad. Las licorerías estaban siempre abiertas y había muchas. Decidimos comprar varias botellas de vodka y aparecimos en un club de jazz del que éramos casi los únicos clientes. La música debe haber estado bien. La oscuridad del lugar ayudaba a servir el vodka que habíamos entrado de contrabando. Nadie recordaba gran cosa al otro día. Ni siquiera como habíamos vuelto al hotel. El desayuno lo compartimos en silencio y con resaca. Apareció un teléfono con fotos tomadas por la ciudad luego del club de jazz. Se nos veía sonrientes y abrazados. Un esfuerzo colectivo para pasar la noche rápido y no pensar demasiado. Apuramos el café. En cinco minutos salíamos para Auschwitz.

Auschwitz

Llegamos con nuestra combi al estacionamiento de Auschwitz y veo que está abarrotado de micros de jóvenes de todas partes de Europa. Traen a los colegios como visita obligatoria. Los detesto. Quiero Auschwitz para mí solo. Todo lo que había imaginado pierde consistencia si hay una multitud en el fondo del plano. Vamos rápido a hablar con la dirección del Museo. Nuestro guía presenta los papeles a una señora muy amable que por supuesto nos tiene agendados y autorizados. Nos asignan una guía polaca, una chica rubia de trenzas que nos va a acompañar todo el día. Le digo que tengo algunos objetivos muy concretos para filmar: como la explanada donde llegaban los trenes y bajaban los prisioneros para pasar la primera selección. Tenemos suerte, eso es lejos en La parte de Birkenau, lo que llaman Auschwitz 2. Es como empezar la visita al revés. La gente todavía no llego hasta allá. Subimos a la combi y nos vamos entusiasmados. Filmamos exactamente lo que queremos, lo que había imaginado cientos de veces. Hay mucha postal. Nos permiten subir a la torre y filmar la inmensidad del campo y tomar real dimensión del lugar. Entramos a las barracas, pasamos los cordones de seguridad. La cámara nos protege de cualquier pensamiento. Concentración en el plano. Ni el frio sentimos. La cámara se interpone entre Auschwitz y nosotros. Un escudo. Wanda, nuestra joven protagonista argentina va y viene para la cámara. Ella no está protegida y el recorrido por el campo la angustia visiblemente. La tarde va cayendo y yo tengo todos los planos que quería. Guardamos los equipos y aceptamos gustosos una visita con nuestra guía. Casi de noche vamos accediendo a los distintos pabellones de Auschwitz 1. Nos explican algunas cosas. Otras no necesitan explicación. En algunos lugares hay algo así como vitrinas enormes que exhiben montañas de zapatos. Zapatos de hombres y de mujeres. Miles. En otra sala hay montañas de valijas, en otra, gran cantidad de cabello humano. Estamos en silencio. Entro a una sala en donde la vitrina muestra miles de zapatos de niños, muñecas, ropita. No me lo esperaba, me alejo espantado, justo a tiempo para frenar a Andrea. Le pido por favor que no entre. Dejamos a nuestras nenas en Buenos Aires, y sé que los objetos de los chicos asesinados la hubiera destrozado. Ella también lo sabe y se da vuelta y sale sin chistar. Veo a nuestra Wanda frente a una vitrina donde exhiben las prótesis que recuperaban de los muertos. Hay piernas, brazos, arneses. Ella está como hipnotizada, la cara descompuesta. Mando a armar nuevamente la cámara. La luz es tenue y ya había tomado la decisión de no filmar en interiores. Y sin embargo apareció algo. Salí y le pedí a Wanda que por favor vuelva a entrar. Ella me miro suplicante, Andrea con reproche. Se sentía mal. Le temblaban las piernas.

-Y qué hago? - Me preguntó.

-Entrá y mirá- le dije.

– ¿y qué más? –

-Sólo mirá.

Eso hizo y la cámara pudo captar ese rostro que transmite una verdad irrefutable. La luz no es buena, pero el plano quedó en la película. Luego de eso la abrazamos. Ella lloró y se descargó de toda una jornada larga y terrible en la que sólo ella sabe que cosas pasaron por su cabeza.

Wanda, joven argentina coprotagonista del documental.

Volvemos a la recorrida turística. Es noche cerrada y van grupos guiados por una linterna de un lado a otro. Se escuchan los pasos en la grava. No se necesita mucha imaginación para imaginar el campo funcionando. Llegamos a un lugar en donde hay unos hornos y luego una cámara de gas. Se bajan unos escalones para entrar. Nadie del equipo entra ya. Yo bajo y me quedo en el centro. Me zumban los oídos. Siento la energía negativa del lugar. La muerte está presente y es casi palpable, espesa. No hay cámara que pueda mostrar esto en su real dimensión, transmitirlo.

El regreso a Cracovia es en silencio. Nadie habla y nadie duerme. Tengo la necesidad de llegar al hotel y bañarme y dejar atrás para siempre ese lugar. El viaje valió la pena. Con la visita a Auschwitz, el monumento al Holocausto en Buenos Aires toma otra dimensión. Mi objetivo como realizador era unir el pasado y el presente, Auschwitz con Avenida del Libertador, la joven argentina que va a Polonia con la anciana polaca sobreviviente de Auschwitz que va a visitar el Monumento terminado.

La secuencia comienza en la estación de tren de Colegiales y termina en Auschwitz. Todo está mezclado porque la realidad nos muestra que las cosas están más próximas de lo que creemos.

Todo esto con fondo de una canción en Idish interpretada magistralmente por Zully Goldfarb y que produjimos a partir de una canción de gueto recopilada tras la guerra.

Sala MALBA - Buenos Aires - un sábado de agosto de 2016 - Noche

Pasada el estreno en el Gaumont, las proyecciones de Monumento se fueron multiplicando y siempre que pude, la acompañé y charlé con el público. Los sábados a la tarde me ponía presentable y me iba al MALBA acompañado a veces por Gustavo Nielsen en su rol de arquitecto. Las preguntas en todos lados suelen estar dentro de un mismo rango, lo mismo que las felicitaciones. El tenor de las respuestas que damos también. En el caso de Monumento había un marco de Holocausto que movía a reflexiones sobre evitar que se vuelva a repetir un hecho similar en la humanidad. Muchas veces vinieron sobrevivientes, algunos los conocía de compartir eventos en Generaciones de la Shoá. Cuando venía Gustavo, algunas preguntas apuntaban a lo técnico de la construcción del Monumento. No faltaron discusiones dentro del público a partir de una escena en donde un sobreviviente, el artista plástico Pedro Roth critica duramente la política Israelí con los Palestinos y compara los alambres de púa de Auschwitz con los que utiliza el Estado de Israel para segregarlos. En esos casos, yo me convertía en espectador y me quedaba parado frente al público disfrutando el efusivo intercambio. Todas estas cosas sólo pueden ocurrir cuando uno conoce a sus espectadores, la proyección en sala sigue siendo una experiencia colectiva irreemplazable. Como realizador, luego de presentar Monumento por numerosos lugares y públicos diversos, la experiencia de la charla final permite cerrar algo muy interno, un tiempo que uno agradece que aún tenga lugar en el siglo XXI. Algo que uno no se imagina cuando comienza a imaginar la película. Con los sucesivos encuentros, además, uno se vuelve más ducho en hablar frente al público. La mayoría de las preguntas se vuelven previsibles y las respuestas automáticas. Aunque a veces algo sale de lo común. El sábado de despedida de Monumento en el MALBA había un señor mayor que vino solo y cuando terminó la película se quedó sentado imperturbable mirando la pantalla en blanco. También permaneció ajeno al debate y a mis comentarios con el público. Cuando finalmente debíamos dejar la sala, se incorporó y se me acercó. Tenía los ojos rojos y una sonrisa dulce en el rostro. Se me paró en frente y me tomó del brazo con familiaridad. –Soy el hijo de Judith Horbath –me dijo. Apenas atiné a asentir con la cabeza. Judith era una de las sobrevivientes de Auschwitz que da testimonio en Monumento. La adorábamos por su humor, su humanidad y su inteligencia que en buena parte pudo ser transmitida en la película. Judith murió antes del estreno y la noticia fue un duro golpe para todo el equipo. Ella nunca llegó a ver Monumento. El señor no me dijo si le gustó o no le gustó la película sólo agregó – Me gustó mucho ver a mi mamá. Desde que se murió no la había escuchado hablar, ni reírse. Fue muy lindo para mí-. Dicho esto me apretó el brazo a modo de agradecimiento y se fue. No pude hablar entonces y me cuesta escribir ahora al recordar el momento. Ese espectador rebelde acababa de ver una película muy diferente a la que yo le había propuesto. El sólo había decidido venir a ver a su mamá.