Disculpas por la demora

por Daniel Burak

¿Qué te pasa, negro puto?

La cámara me conecta y me desconecta.

El título de este “diario de rodaje” es un aporte de Héctor “el Oso” Acuña (hoy preso y condenado a perpetua por secuestros, torturas y asesinatos cometidos en el Centro Clandestino La Cacha), y alude a la pregunta con la que este temible represor respondiera a otra pregunta, formulada, a su vez, por mi co-director, Shlomo Slutzky, mientras el reo era conducido por dos uniformados, pasando a mi lado desde el tribunal donde acababa de desarrollarse la primera audiencia de su juicio, hasta el móvil policial que lo esperaba junto al cordón de la vereda para devolverlo a la prisión. La pregunta que se le había hecho era: “¿Quisiera decir algo respecto de lo que pasó en el tribunal?” Es indescriptible la sensación que provoca tener, a una escasa “cámara de distancia”, a quien muy probablemente comandó la tortura hasta la muerte de Samuel “Sami” Slutzky, padre de nuestro protagonista Mariano Slutzky.

Me asombra el doble rol de conexión-desconexión que me provoca la cámara, sensación que ya viví en películas anteriores y que sé que se repetirá durante este rodaje de Disculpas por la Demora, el documental que aborda la tragedia de los crímenes cometidos por la dictadura cívico-militar-eclesiástica que asoló nuestro país como parte del Operativo Cóndor, vista desde el punto de vista de su proyección hacia el interior de una familia –la de Mariano-, cuestionada por no haberlo protegido cuando, siendo prácticamente un niño, su padre fue secuestrado y desaparecido.

El punto de partida, anclado en la realidad, es asombrosamente similar a la sinopsis que escribiremos algunos años después de aquella instancia y con la película terminada, a excepción de un último breve párrafo que guardo para más adelante en este “diario”:

Motivado por las coincidencias de profesión, origen y apellido, el periodista y documentalista argentino-israelí Shlomo Slutzky contacta en la red al periodista argentino-holandés Mariano Slutzky.

En el encuentro, Shlomo descubre que Mariano es el hijo de Samuel Slutzky, Sami, un médico primo de su padre cuya existencia y trágico final habían permanecido silenciados en la familia desde su desaparición a manos de la dictadura cívico-militar en 1977.

Son pocos los restos que Mariano y su hermana Alejandra conservan de su padre: apenas unas cartas y dibujos desde la cárcel, a través de los cuales intentaba educar a sus pequeños hijos para “los nuevos tiempos de libertad y felicidad próximos a llegar”.

Mariano acusa a la familia de haberlos abandonado de niños, tras el secuestro y desaparición de su padre. Shlomo, que desde 1976 vive en Israel y desconocía esta historia, decide salir a buscar el sinceramiento de aquellos parientes que le ocultaron el destino de Sami y la reincorporación de Mariano a la familia. Juntos, reclaman justicia por el asesinato sin cuerpo e investigan a un prófugo de la Justicia acusado de participar en el Centro Clandestino donde Sami fue visto por última vez y que vive en Israel y sobre el cual Shlomo ha reunido sorprendente información.

Partimos al rodaje con un guión sólidamente construido y estructurado. Como en un cuento, describe una historia de redención y reconciliación familiar –que se daría a través del diálogo sincero y el reconocimiento de la debilidad humana en contexto de miedo-, de búsqueda de Justicia formal -a través del juicio que estaba pronto a comenzar (aunque luego tardaría un año más en concretarse)-, y la investigación periodística que estaba realizando en esos días Mariano Slutzky –que consistía en una serie de entrevistas a sobrevivientes de la Shoa, de origen holandés o belga, que encontraron refugio en Argentina- y que suponíamos nos serviría para contextualizar su propia historia traumática en referencia a otras historias terribles sucedidas antes de su nacimiento y cuyos sobrevivientes habían encontrado diversos modos de elaboración de sus propias experiencias. Imaginé, desde el comienzo, distintos niveles estéticos bien diferenciados para la realización:

  1. Las entrevistas:

    Se realizarían en ámbitos naturales del entrevistado sin estilizar, con cámara objetiva que pasaría lo más desapercibida posible, tanto para el entrevistado como para el espectador.

  2. Shlomo y Mariano:

    Mezclaríamos diferentes cámaras y texturas, incluiríamos diversas fuentes, privilegiaríamos la oportunidad por sobre la prolijidad, liberándonos del formalismo y habilitando la inmediatez hasta donde fuera posible.

  3. El juicio:

    Debíamos llegar preparados y con opciones para ser capaces de registrar en cualquier circunstancia que se nos presentara, ya que no sabíamos cuál sería la situación que deberíamos enfrentar.

  4. Los dibujos y escritos de Sami en la cárcel:

    Esos cuadernos, escritos y dibujos realizados por Sami en la cárcel para sí mismo y, principalmente, para sus hijos pequeños mientras estuvo preso entre 1968 y 1973 por su participación en Taco Ralo, eran la presencia casi física de Sami y, al mismo tiempo, su legado simbólico - poético. En mi cabeza se animaban, llenos de vida, del modo en que se me ocurría que los había imaginado él mismo mientras los dibujada y les escribía, llenos de colores y de esperanza de un país más feliz, pronto a llegar.

  5. Los sobrevivientes del holocausto:

    Para esta secuencia utilizaríamos un juego de espejos en el que se reflejarían, tanto Mariano entrevistando, como sus entrevistados sobrevivientes, juntándose, yuxtaponiéndose, enfrentándose a través de esos reflejos que, suponíamos, se darían también en el interior de Mariano mientras hacía su trabajo y, quizás, cambiarían su visión acerca de su propia historia.

Y salimos al camino

En el recorrido a través de las distintas etapas del viaje, experimento –en más de una ocasión-, cierta zozobra ante la realidad que se desarrolla frente a la cámara y que no puedo detener ni repetir para la TOMA 2. En ocasiones, siento un profundo sentimientos de gratitud hacia esa cámara en mi mano que me transporta como una máquina del tiempo y del espacio hasta ese evento irrepetible y al mismo tiempo me provee de la “inmunidad” imprescindible.

Los testimoniantes relatan generosamente experiencias extremas vividas. De repente, frente a mi cámara, David Ramos, participante en 1968 junto a Sami en la primera experiencia peronista de guerrilla rural, conocida en la historia por el nombre de la localidad en que tuvo lugar –Taco Ralo-, habla sobre nuestro personaje aludido central –Sami, a esta altura, un héroe trágico a mis ojos-, y nos cuenta la discusión que ambos mantuvieron cuando Ramos intentó convencerlo, infructuosamente, la última vez que se vieron en 1977, de que abandonara el país rumbo a Israel. Durante el rodaje, mi cabeza se divide entre la emoción que me provoca ese relato todavía fresco después de casi 40 años y la huella que un clavo ya ausente dejó en la pared que hace de fondo del encuadre elegido en su oficina mínima del Ministerio de Justicia, donde recibe a diario los testimonios de víctimas de la dictadura que no habían presentado denuncia anteriormente. Otro día, Héctor Quinterno nos cuenta, en su estudio de abogado en La Plata y en presencia de su hija veintiañera que lo escucha llorando, las “instrucciones de supervivencia” que le transfiriera a Sami en ese único breve encuentro que compartieron en La Cacha, cuando Quinterno era un adolescente militante radical que ya acumulaba experiencia en padecer la tortura que sus secuestradores le habían propinado, y Sami, un médico mayor de 40 con 5 años de condena cumplida durante la dictadura anterior, pero novato en ese infierno al que acababa de descender con asombro; y yo me ocupo y me preocupo, mientras escucho ese relato desgarrador, por cierta relación entre el borde de una cortina y el marco de la ventana que, en conjunto, son el fondo en el encuadre de la segunda cámara.

Así, una y otra vez, la cámara me lleva hasta y, a la vez, me protege de, experiencias que me marcarán de por vida; de historias y protagonistas que se me hacen carne.

Vamos a rodar a la vivienda de una sobreviviente de la Shoá. Es una de las tres entrevistas que tenemos previstas en las que el entrevistador es Mariano, nuestro “objeto de observación”, a quien acompañamos en el trabajo que está preparando para su libro. Su entrevistada, Esther, tiene 101 años de edad y una lucidez asombrosa, además de una apariencia impecable. Nos espera con la mesa deliciosamente servida con una merienda exquisita y una porcelana antigua traída de Europa. Durante el rodaje, todo resulta más o menos como lo había imaginado. Los espejos ubicados estratégicamente nos devuelven la palabra de Esther y el reflejo de su efecto en Mariano, que pregunta sin saber cuánto de su propia historia se trasluce en la historia de Esther. Lamentablemente, esta fue la única de esas tres entrevistas programadas que pudimos registrar. Eso nos obligó a dejarla fuera de la edición final, y hasta hoy lo lamento. En un momento de esa jornada, mientas preparábamos el set, Esther comenta que últimamente se le está complicando el tema del Bridge, su pasatiempo favorito, porque ya no puede viajar sola y depende de otros para sus desplazamientos. Le comento, por decir algo, que me hubiese gustado saber jugar, que escuché que es un juego apasionante y complejo. Ella me dice: –Para nada. Es muy sencillo, es solo un asunto de lógica y memoria. Cuando quiera, venga y le enseño.

Aquí es cuando el último, breve párrafo de nuestra sinopsis, el que me guardé hasta ahora, entra a tallar

“Sin embargo, las heridas del pasado son difíciles de superar.”

Estamos registrando un conflicto familiar que lleva más de 40 años de existencia y Shlomo, el documentalista, es parte de esa familia que Mariano, nuestro protagonista, siente ajena y hostil. El conflicto que nuestra película se propone testimoniar y resolver, hace su aparición en la película y la golpea en su mismo centro. Mariano se molesta con Shlomo y decide no continuar. Tampoco acepta que registremos esta nueva manifestación del conflicto para que sea parte del documental. Nos quedamos sin película. O con una película que cuenta una historia de reconciliación que no sucederá, cuyo fracaso ¿deberemos narrar en off sobre negro?

Después de años de trabajo y un importante compromiso personal invertidos en el proyecto, es una situación crítica. Sin embargo, de esa misma presión surge una realidad mucho más rica que no estábamos viendo y que incubaba un final mucho más interesante que el que habíamos previsto. Me lo guardo.