Cine, resistencia y utopía

por Eduardo A. Russo *

Una propuesta inusual y lograda es la que presenta la colección Diálogos de cine. Dos realizadores sostienen, a lo largo de varios encuentros, intercambios en torno a sus vidas y películas, sus ideas sobre el cine, ya sean aquellas largamente perfiladas, las que deslizan mediante conjeturas, o incluso abordan lo que el azar asoma al calor de la conversación. El resultado es especialmente atractivo: en el primer volumen de la colección, un diálogo entre Daniel Burman y Manuel Antín brindaba una entrada atípica y reveladora al mundo de dos directores de generaciones y poéticas muy distintas, aunque ligados por un entramado de cordialidad y empatía que permitía a ambos abrirse con la confianza de códigos y confesiones compartidas. Ahora, con este diálogo entre Carmen Guarini y Fernando Birri, el dispositivo conversacional puesto en marcha reúne al veterano cineasta, durante la reclusión del último tramo de su vida en un departamento romano, y la realizadora con quien ha mantenido, a lo largo de varias décadas, una significativa y estrecha relación.

Fernando Birri – Carmen Guarini. Diálogos de cine. Buenos Aires, Treintayseis/DAC, 2018. 128 pp.

Estos Diálogos de cine, aunque pueden leerse como un libro con formato y consistencia propia, son una jugosa pieza complementaria al documental de Guarini Ata tu arado a una estrella (2017). En su película Guarini revisa la relación que une a ambos desde varias décadas atrás, cuando ella planeaba un documental, Compañero Birri, que luego quedó largo tiempo en el limbo de los proyectos pendientes, y cuyos registros, realizados en distintas circunstancias y durante un período extenso, fueron insumos decisivos de Ata tu arado… En el último tramo de este film, un Birri recluído aparece e impone una presencia rotunda, siempre asociada a un halo de imprevisibilidad. Durante buena parte del documental de Guarini, al cineasta se lo ha visto filmando hace más de veinte años, comiendo asados con los amigos en su refugio de Rincón, provincia de Santa Fe, o partiendo a alguno de sus viajes permanentes. Pero el cineasta de 92 años, el recluso del apartamento del Barrio Nomentana, se toma casi tanto tiempo para aparecer en el documental de Guarini como lo hacía King Kong en la película respectiva. Y en la sección final de la película, cuando lo hace con ese aspecto entre monje franciscano tirando a hereje o santón hindú, el espectador se estremece. Birri se acompaña por un fantasmita de juguete, luminoso y bailarín. A su modo, también se presenta gustosamente como un espectro dispuesto a charlar con sus invocantes. Aunque el tiempo haya hecho los consabidos estragos en el cuerpo, la cabeza estaba pasmosamente firme en su sitio, y sorprende todo lo que tiene Birri para decir, no sólo sobre el largo y intrincado pasado, sino también sobre el presente y el futuro del cine. Guarini ha sido, en este aspecto, una interlocutora óptima. No sólo los códigos en común, sino la puesta en cuestión de los mismos, permiten ese encuentro de realizadores que en Ata tu arado a una estrella domina el último tramo del film. Si bien la primera excusa de los encuentros romanos fue el rodaje del documental, pronto asomó la evidencia: esas conversaciones merecían su difusión por escrito, bajo la forma de un libro. Expandido y puesto en papel, ese intercambio es el contenido de estos Diálogos de cine que, en cierto sentido, son también la crónica de los siete encuentros mantenidos entre ambos en Roma, durante enero del 2017.

Alguna vez cierto escritor (¿Cortázar?) consignó que uno se pone viejo cuando es más fuerte lo que recuerda que lo que siente. Pero con sus 92 años Birri, si bien recuerda con nitidez una avalancha de historias hilvanadas en el devenir de las conversaciones, también siente intensamente el presente, a pesar de la edad avanzada y la forzada reclusión hogareña. No deja de exponerse a la irradiación ejemplarmente insidiosa, por ejemplo, de la televisión italiana, y saca sus certeras conclusiones. Experimenta con la action camera que Guarini le acerca y con la que registra un video que titula Viaje alrededor de mi habitación (en homenaje al Voyage autour de ma chambre, de ese otro recluso, Xavier de Maistre), formula su diagnóstico sobre la contaminación audiovisual del presente y del ascenso de un cine que denomina “explosionístico”, por el predominio de lo explosivo, pero también por la explotación a la que somete a su espectador. Birri y Guarini comparten puntos de vista. Los une su condición de cineastas, y también una común preocupación por la enseñanza del cine. Hay en el horizonte de sus diálogos la necesidad de pensar una pedagogía de las imágenes, que integra al cine, pero que lo proyecta mucho más allá de sus límites convencionales. Como antropóloga y directora abierta a las nuevas disponibilidades del digital, Guarini perfila cuestiones que hacen a los usos esclavizantes o liberadores de las pantallas. En cuanto a Birri, que encarna más bien la entrañable tradición italiana del dilettante, aquella previa a su uso peyorativo, de un sujeto movido por su pasión artística y dispuesto a integrarlo todo en su discurso, lo hace promoviendo un acercamiento que relaciona arte y política, que juega con cada palabra, que se asoma a la invención casi a cada aseveración. Un fundador de escuelas, ajeno a toda escolástica.

Diálogos de cine, a través de las cuestiones que oportunamente va planteando Guarini en cada uno de los encuentros que no tenían de temas acordados previamente, sino un circuito de llamada y respuesta, abierto hasta a lo casual, muestra un Birri que rompe definitivamente con las cristalizaciones propias de la tradicional imagen de patriarca del nuevo cine latinoamericano, esa etiqueta con la que largamente se suele, incluso hoy, simplificar su aporte. El viejo cineasta se destituye con ganas de ese presunto patriarcado, reclamando la condición de pionero y nómade permanente. Así, cuando revisa sus imágenes de experimentador, los fotoglifos, y luego sus creaciones de glifotronics, en sus escarceos con la imagen digital, muestra una apertura y una inclinación al juego permanente que fueron parte sustancial de su concepción del cine. Cabe señalar, por ejemplo el lugar que concede a Xul Solar en sus influencias, tanto o mayor como las que tuvo, por ejemplo, de un Cesare Zavattini. Entre otras cosas, estos descubrimientos son lo que hacen de los diálogos entre Birri y Guarini un libro vital, y no el relato nostálgico de una larga cronología y la celebración de un pasado cristalizado. Por lo contrario, cuando el cineasta recuerda su paso como estudiante, en la Europa de posguerra, por el IDHEC parisino o por el Centro Sperimentale de Roma, nuevamente su discurso parece instalarse en momentos donde, luego de medio siglo de cine, unos cuantos jóvenes advertían todo estaba por hacerse, y estaban dispuesto a hacerlo.

A veces Birri y Guarini no coinciden, y esto permite en el libro tramos especialmente significativos, por ejemplo en torno a cuestiones como el exilio o la pertenencia, donde el cineasta demuestra tensiones largamente irresueltas en torno a sus relaciones con cierta concepción de lo nacional y de estar dentro o fuera de un cine argentino. En otras oportunidades, el acuerdo básico entre los dos deja desarrollar no solamente una mirada crítica sino también opciones de intervención y de despliegue de un cine que en Guarini implica una perspectiva ampliada para el campo documental, que se cuestione los mandatos de esa misma categoría, y en Birri un magma que, por ejemplo, puede asumir las proporciones extremas, hasta monstruosas, de su mítico film experimental ORG (1979), con sus 26000 planos y sus 700 bandas sonoras. La palabra clave es resistencia. Pero una resistencia no pensada como una mera oposición estática, sino como un movimiento abierto a la invención y aun combate que se sostiene, aún sabiendo de la disparidad en la relación de fuerzas operante.

Como interesante corolario, el libro integra en sus últimas páginas algunos textos de Birri que no sólo poseen valor histórico sino que son una muestra cabal de un discurso que es preciso leer y desmenuzar con atención. Por ejemplo, el “Manifiesto de Santa Fe” (1964) y “Acta de Nacimiento de la EICTV” (1986), en cuya lectura no solamente pueden advertirse dos períodos de la utopía cinematográfica según Birri, sino también dos dimensiones que actuaron también sincrónicamente, y en tensión, en su poética. Como breve y revelador anexo al acta fundacional de la EICTV, también se reproduce el “Juramento athanasiano” que Birri propuso para ser formulado por aquellos que integrasen la escuela naciente, como homenaje a Athanasius Kircher, el jesuita divulgador de las linternas mágicas en el siglo XVII. No son pocos los elementos que ligan al viejo cineasta Birri, poeta del realismo crítico, cineasta cósmicamente expandido y maestro titiritero, con aquellos ideales de un espectáculo de imágenes que al mismo tiempo se proponía como revelador de un mundo. En el recorrido de Diálogos de cine, que durante algunos tramos no desestima un justificable grado de pesimismo y alerta por un espectáculo audiovisual que refuerza las miserias del mundo contemporáneo, también asoma, mediante las intervenciones de ambos cineastas, la certeza de que esa resistencia en la que coinciden Birri y Guarini es un motor poderoso. Motor que permite seguir augurando, como refería la última frase del juramento athanasiano, una larga vida a esa “utopía del ojo y de la oreja” que nunca ha dejado de encarnar el cine .


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Eduardo A. Russo es director del Doctorado en Artes Facultad de Bellas Artes Universidad Nacional de La Plata.