El camino hacia el cine de Gerardo Vallejo

por Mario Berardi

Cuentan los que fueron sus compañeros en la Escuela de Cine Documental de la Universidad del Litoral que Gerardo Vallejo no era un alumno muy destacado en los exámenes teóricos. Pero que sí era un apasionado por el cine. En las habituales charlas con cerveza después de clases, en las que los compañeros se distendían y se largaban a hablar de sus proyectos, Gerardo insistía con que tenía “algunas ideas que deseaba convertir en filmes”. Sin embargo, estos filmes no tenían que basarse en un esquema elaborado a priori, ni en un guion terminado de antemano, sino que “deberían inventar un nuevo lenguaje a partir de la vida misma”. Esta idea, esta intuición, este sueño juvenil, iba a aparecer luego obstinadamente a lo largo de su vida: zambullirse en la realidad para encontrar ahí, tal vez, una historia que contar y una forma de contarla.

Este amor por el cine (como el de aquel personaje de Cinema Paradiso) había surgido de niño, en la cabina de proyección del cine Broadway de San Miguel de Tucumán. A medida que Gerardo se fue ganando la confianza del proyectorista, éste empezó a dejarlo entrar a la cabina, donde Gerardo pudo aprender los primeros secretos del oficio. Y sería un amor para siempre.

Aprender cine

Es enero de 1960. Gerardo viaja en un caluroso vagón de segunda clase del tren Estrella del Norte. Él no lo sabe en ese momento, pero el ferrocarril va a ser luego un personaje importante en sus películas. Igual que en Tire dié, de Fernando Birri, donde los pasajeros de ciudad miran por la ventanilla cómo los chiquitos corren descalzos por el puente de hierro para pedir una moneda. Casualmente o no, Tire dié (la primera producción de la Escuela de Cine Documental de la Universidad del Litoral) se estrena también en 1960. Después del tren, el viaje se extiende todavía un trecho en colectivo, y al fin Vallejo llega a Santa Fe. El cine es casi una realidad al alcance de la mano. Pero al llegar a la dirección indicada se encuentra con una puerta cerrada y un cartelito pegado que informa, amargamente: “cerrado por vacaciones hasta el primero de marzo”.

Después de semejante viaje, decide no darse por vencido, así que va y toca el timbre de una casa vecina. Lo atiende una mujer con ruleros, que luego de una larga charla consigue el teléfono del secretario del Instituto. Apenas un rato más tarde, el hombre llega hasta el lugar, abre la puerta y le muestra a Gerardo, pacientemente. los planes de estudio, los cronogramas, las aulas y una cámara de 35 mm.

Pasadas las vacaciones, Gerardo Vallejo se inscribe como alumno y comienzan las clases, los exámenes, los trabajos prácticos. Una noche, saliendo de su pensión, se cruza con un mendigo que pasaba la noche en la verada con su perro, y decide hacer con él un ejercicio que le habían encargado. Escribe un guion, planifica el rodaje, y filma las tomas previstas, siguiendo todas las indicaciones. Pero al revelar el material descubren que no había ninguna imagen ¡Se había olvidado de sacar la tapa de la lente!

Gerardo insiste, consigue la aprobación para repetir el ejercicio, pero ya no puede encontrar al mendigo ni al perro. En el camino se encuentra ahora con un grupo de obreros que estaban demoliendo una casa. Uno de ellos le grita: “¡Sacanos una foto!”, y allá ve Gerardo, lanzándose a filmar frenéticamente … ¡sin guion ni idea previa!

Dos porteños llegan a Tucumán

En uno de sus tantos viajes de Tucumán a Santa Fe sucedió un hecho que iba a cambiar su historia. El tren llegó con retraso y la cantidad de gente era tal que Gerardo no encontraba forma de subir. Justo cuando sonaba la campana una mano salvadora lo ayuda a subir la valija y a entrar al vagón. Era un hombre que viajaba con sus hijos, que dormían en el pasillo sobre unos diarios. Entablaron amistad, con una botella de vino que pasaba de mano en mano, y el hombre le contó que se llamaba Mariano, que su mujer se había escapado con otro, y que allá iba él con sus hijos para encontrarla y matarla.

Gerardo saca fotos durante el viaje y promete llevárselas a Mariano. Pocas semanas después viaja a Acheral, se mete en un camino de tierra que parece conducir a ninguna parte, hasta que por fin encuentra al “Viejo Reales”, el padre de Mariano. Y ahí se queda todo el día, escuchando a ese hombre con el que se identifica a pesar de tantas diferencias. Ahí, va a recordar Vallejo tiempo después, nace “una relación afectiva muy grande, que me permitió luego de varios meses volver y filmar con ellos un cortometraje de diez minutos. Mis primeras ideas al pensar en el corto estaban influenciadas por las lecturas de los grandes maestros soviéticos, así de distintas las realidades”.

El corto se llamó Las cosas ciertas, y en él Vallejo contrapone el registro del trabajo cotidiano del Viejo y su familia en el cañaveral, en montaje paralelo, con el trabajo de las máquinas en el Ingenio elaborando el azúcar.

Poco tiempo después, llegan dos porteños a Tucumán y preguntan por Gerardo Vallejo. Se presentan como diciendo que son Fernando Solanas y Octavio Getino, y que están filmando una película por todo el país (película que se iba a llamar La hora de los hornos). Increíblemente, habían visto el corto Las cosas ciertas, y durante la cena se interesan por conocer los planes futuros de Vallejo. Pero Vallejo no tenía ningún plan, y a falta de valor para decir la verdad empezó a inventar sobre una película que supuestamente estaba preparando, con los mismos personajes de Las cosas ciertas. La película, adelantó, se llamaría El camino hacia la muerte del Viejo Reales.

En apenas un par de semanas Vallejo estaba instalado en un departamento del barrio de Caballito, integrado al proyecto La hora de los hornos, haciendo cámara, asistencia, producción. Y, sobre todo, haciendo de “obrero”, lo que más hacía falta.

El Viejo Reales

Al finalizar el trabajo en La hora de los hornos Vallejo sintió que había llegado su hora. Tenía el título de la película y una idea general. Su deseo ahora era meterse a convivir con la familia del Viejo para ver si podía lograr algo que nadie en Tucumán había hecho: el testimonio de la vida de una familia campesina, la posibilidad de una identidad. El proyecto le llevó varios años (1968 y 1971), hasta que El camino hacia la muerte del Viejo Reales finalmente se estrenó el 10 de abril de 1974.

La película empieza con el Viejo que enciende un cigarrillo y habla a cámara, en una confesión descarnada: “Y yo tengo muchas cosas que contar mi amigo … Yo soy un negro negro que no sirvo pa´ nada…”

Cuenta también que en su casa “ahora no tiene nada” y que su mujer “se fue para siempre”. Pero la voz del Viejo no es la única que cuenta esta historia que se va construyendo en el momento mismo del rodaje. Hay también una voz “institucional”, que transparenta algunas opiniones y decisiones del director, desde una mirada “externa”. Y hay algunos testimonios de otros personajes que instauran otras visiones de su vida. Como el de la nuera del Viejo, que se muestra orgullosa de haber tenido todos los hijos que tiene.

La polifonía se completa con la inclusión de coplas populares escritas para la ocasión, que reinterpretan poéticamente el carácter de los personajes y de las situaciones. La cámara, cada tanto, toma vuelo propio y muestra la vida cotidiana tal como se manifiesta, como cuando los chicos corren jugando en el barro, las sonrisas contrastando con los rostros y manos curtidas, de alguna manera ajenos a los discursos sobre la pobreza y la marginación campesinas. En estos momentos los personajes parecen olvidarse de la cámara, ríen, toman vino, juguetean al borde de la violencia. Hasta surge un inesperado ¡“Viva Perón”!

Así, sin un guion previo, zambulléndose en la vida real en busca de poder descubrir desde allí un relato, Vallejo va construyendo la película, siempre en una tensión entre el registro documental “objetivo” y los otros registros posibles, incluso los de ficción. Cuenta Vallejo que “el Viejo Reales asumía tanto la actuación desde lo que él era (o quería ser) que los problemas los creaba justamente de asumir la actuación como hecho real.” Así, la escena en que los policías llegan a buscar a uno de sus hijos tuvo que ser repetida muchas veces porque el Viejo se adelantaba a la acción y arruinaba todo. Ni bien escuchaba a los policías, salía como loco a defender al hijo, como si todo estuviera sucediendo de verdad. ¡Y eso que los policías eran interpretados por dos compañeros del Ingenio Santa Lucía!

Vallejo había pensado que en una escena el Viejo visitara la tumba de su esposa, y eso llevó muchas conversaciones previas. Hasta que el Viejo se decidió y salieron todos corriendo para el cementerio. Al llegar, el Viejo se olvidó de la cámara y empezó a conversar con su esposa fallecida: “Muy buenas tardes, mi negra. Yo ya he andado por los almacenes tomando vino…”. Todo estaba saliendo muy bien: el Viejo por primera actuaba una situación desde el fondo de su alma. Pero el nerviosismo les jugó una mala pasada, porque en el apuro por captar la situación los micrófonos captaron también el ruido de la cámara, que no se pudo eliminar con los medios técnicos de la época.

La muerte del Viejo, anunciada desde el título, parece lo único que el personaje puede esperar. El Viejo no va a ninguna parte, no tiene esperanzas, no tiene salida. No hay realmente un “camino” hacia la muerte, sólo le queda esperarla. Cuenta Vallejo que también se discutió mucho sobre esa escena, hasta que él le preguntó al Viejo:

— A usted, ¿cómo le gustaría encontrar la muerte?

Machadito en el cañaveral, para no sentirla. — contestó el Viejo. Y así se filmó.

Los hijos

Los hijos del Viejo se fueron configurando de a poco como personajes. Ya en las primeras entrevistas Ángel aparece unido a un destino irremediable, como su padre. Un día, al regresar de un viaje, se encuentra con que el patrón lo ha despedido y tiene que irse a alguna parte. Vallejo decide filmar este proceso en registro directo: Ángel acarreando su mula, su cama y unas pocas pertenencias, con a su esposa y sus hijitos.

Mariano, el segundo hijo, es un personaje más complejo y contradictorio, hundido en una violencia cotidiana de la que no parece ser consciente. Mariano es policía en Acheral, pero el comisario lo considera un inútil y su situación laboral es también muy precaria. Dice la copla que lo presenta: “¡Que vida la del Mariano, castigar y castigar, andar apaleando gente, ser sirviente y ser patrón!”. Hasta que en un momento Mariano sorprende al relatar que una vez fue delegado gremial combativo.

El Pibe (tercer hijo), aparece como más introvertido, con pensamientos más cercanos a la crítica y la autocrítica. Por ese motivo es que Vallejo toma una audaz decisión creativa: le propone al Pibe que no se represente a sí mismo, sino que haga un personaje distinto, un personaje de ficción. En la vida real el Pibe es lo que se conoce como obrero del surco permanente. Pero Vallejo le propone recrear “algunos momentos de la vida de un activista sindical. Aquello que no fue en la realidad, pero quizás hubiera deseado ser”. Este extrañamiento permite, en el montaje, un interesante encuentro entre realidad y ficción, cuando varias personas enumeran a cámara los reclamos reales que le hacen al “sindicalista”, que no lo es. Acá surge también un encuentro (ficcional) entre los trabajadores rurales y la militancia sindical, algo que todavía no existía en la vida real.

Unos días antes de partir para Roma a compaginar la película, Vallejo tiene que viajar de urgencia a Tucumán porque ha nacido su tercer hijo. Y ahí es cuando se entera de que el Viejo Reales había muerto en Acheral, asesinado por un joven que quiso robarle, aunque no tenía en los bolsillos ni una moneda.

Enseñar cine

Después del estreno en Europa de El camino hacia la muerte del Viejo Reales, Vallejo vuelve a Tucumán para realizar lo que para él iba a ser su proyecto más importante: los Testimonios de Tucumán, dieciocho cortometrajes de quince minutos difundidos por la televisión tucumana. Lamentablemente, este material ya no existe.

En 1974, después de un atentado contra la casa de sus padres, Vallejo se exilia en Panamá, y más tarde en España. En 1979 crea una escuela de cine en Madrid, por la que llegan a pasar unos ciento cincuenta alumnos. En ese período escribe Un camino hacia el cine, dedicado a “los jóvenes argentinos que aspiran a iniciar su camino con el cine”. El libro es una reflexión sobre sus raíces, sobre el cine y sobre la vida misma, que incluye además una didáctica cinematográfica clara y ordenada, que no se basa en la teoría sino en la praxis, desde una concepción ética y estética que mantuvo toda su vida:

“Mi recomendación inicial siempre ha sido tratar de empezar por la humildad de que no se conoce lo suficiente—. Tratar de buscar los primeros pasos no desde el encierro intelectual sino desde la observación de la realidad que nos rodea”.


Mario Berardi

Mario Berardi

Licenciado y Profesor en Artes (Filosofía y Letras, UBA), y ha trabajado como realizador audiovisual, docente e investigador.

En el año 2006 se publicó su libro La vida imaginada (Cine argentino y vida cotidiana). Publicó también tres libros de ficción: Esos mundos (2014, cuentos), El corazón del desierto (2015, novela) y La máquina grande y otros cuentos (2022).

Su largometraje documental El payaso del rock se estrenó en septiembre de 2021 en el Cine Teatro Municipal de Morón, de donde Berardi es oriundo.