El Rostro

(fragmento)

Por Gustavo Fontán

7 de febrero de 2010

Hay un sueño (¿de quién?, ¿cuándo?): “Ayer soñé con mi padre. Tenía el rostro lleno de telarañas, pero no me daba miedo”.

¿Hay un espacio, luz y sombra, belleza última, desde donde se derrama la muerte? Es decir un momento intermedio entre la vida y la muerte, pura presencia física de los otros, de los muertos. ¿Hay algo así como una fiesta última, quizás dolorosa, pero fiesta al fin?

20 de febrero de 2010

Dice Arnaldo Calveyra: “Los pasos del que pasea / se convierten en lugares. / Mientras se presenta ante / el laberinto de los años / se asoma al pozo de su cuerpo”.

Un hombre regresa a su sitio natal, una isla profunda del Paraná, donde ya no queda nada, a rencontrarse con sus muertos.

6 de marzo de 2010

Hay que seguir explorando en el trabajo con archivos (profundizar el trabajo iniciado en “La orilla que se abisma”). Esos archivos deben funcionar desde la subjetividad del hombre, pero no deben instalarse en un sentido argumental, en una cronología del recuerdo, sino en relación a una continuidad expresiva, sólo descifrable desde lo anímico y lo perceptivo. Deberemos deslizarnos en el tiempo (como el río), con vaivenes, caídas, pequeños oleajes: un nuevo tiempo, pura deriva.

7 de abril de 2010

Vamos con Luis Cámara a visitar una isla: un paisaje seco, austero. El hombre integrado al paisaje, es parte de él: el plano nos debe permitir ver esta integración.

Pienso:

¿Será posible liberar de la apariencia al suceso, pero sin olvidarse de él, sin perderlo?

¿Puede el cine intentar que no se escape la verdadera ambigüedad de los acontecimientos?

Crudeza y poesía.

Por ahí vamos, mientras Maldonado rema por tierras inundadas. Vamos en silencio.

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Gustavo Schiaffino en la cámara de súper 8 y Luis Cámara en la de 16

18 de mayo de 2010

Hay otros versos de Calveyra: “¿Y la palabra cedrón, / la palabra borraja, / la palabra llovizna, / la palabra salir al campo?”

Y sigo, con su permiso: ¿Y la palabra nuestros muertos?

¿Será posible que la película sea la tierra donde germinen algunas palabras, algunos sonidos, un conjunto de acciones que se deslicen desde el fondo del tiempo?

Una forma de habitar y no otra.

¿Cuál es la música que se desliza desde el río y los espinillos, desde los rostros y las crecientes, la luz y la intemperie?

20 de mayo de 2010

Se afirma: Un hombre vuelve a su tierra natal, isla profunda, donde ya no hay nada, a reencontrarse con sus muertos.

Pero, ¿qué significa “a reencontrarse con sus muertos” en términos audiovisuales?

Por ahora, lo único que sé es que la presencia de nuestro personaje concentra, de puro estar nomás. Y viene alguien. Y viene otro. Y aparece un rancho donde no había nada. Y llegan más. Llegan desde lo profundo de la isla y desde el río. Y no hay diferencias entre los cuerpos. Los vivos y los muertos.

6 de junio de 2010

(Después de una nueva visita a las islas)

Las islas están compuestas por grandísimas extensiones de tierra, con montes de madera blanda (sauce, timbó, ingá) en la costa, y pajonales interminables, montes de espinillos, algarrobos y talas, lagunas y esteros, tierra adentro.

Las islas son por naturaleza un espacio cargado de cierta precariedad: las crecientes, siempre voraces, construyen una memoria y un riesgo. Nadie olvida las crecientes; por todos lados hay huellas. Nadie deja de temer a la creciente que puede sobrevenir.

La isla es, por ello, una imagen del antes y del después. Y el presente es un estadio frágil entre dos dolores.

Esta conciencia imprime en sus habitantes, los isleros, una extraña vitalidad. Se vive el presente, el sol y la pesca, los encuentros y el vino, el fogón y los silencios, como una fiesta y una despedida al mismo tiempo.

La isla puede ser también la imagen de un antes y un después: un nuevo ahora.

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En el bote Gustavo Hennekens, en la orilla yo.

19 de julio de 2010

Llegamos a orillas del Paraná cerca de las 5 de la mañana. Hay viento y varios grados bajo cero.

Vamos a grabar las imágenes iniciales: el personaje se interna en el río, remando, rumbo a la isla. Sólo eso.

Todo está dispuesto: la cámara - una bolex que elegimos especialmente-, nosotros, la bruma. Una bruma densa que parece nacer del río.

Es el momento de empezar a filmar, el fotómetro de Luis así lo indica. Pero la cámara se resiste: se congela y no permite que corra la película.

Después de un rato nos damos por vencidos. La luz ya se ha disparado y se llevó la atmósfera esperada. La jornada quedó arruinada. A tratar de entrar en calor entonces y a volver. (¿Alguna señal?)

Estas dos fotos quedaron como testigos:

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3 de septiembre de 2010

Patricia me cuenta que anoche soñó con su padre. Su rostro era joven, no usaba anteojos todavía, me dice. Aunque los dos -ella por supuesto- conocíamos muy bien a ese hombre, muerto ya hace unos años, se empeña en describir los detalles: la piel blanca y lampiña, los ojos juguetones, la sonrisa pícara. En esa descripción minuciosa, entiendo, se juega para ella un montón de otras cosas: su propio rostro -el brillo en su mirada mientras me lo cuenta es insoslayable- lo revela. Ese rostro, el de su padre joven, es un momento robado al tiempo, la llave de un instante único que la contiene niña a ella y joven al padre. Aunque entiendo esto, hay una profunda, profundísima red de implicancias desconocidas por mí, sugeridas apenas, esbozadas en los destellos de luz en los ojos. En el sueño el padre le dijo: Ahora que estoy solo vení a visitarme.

¿Podremos pensar el rostro -"El rostro"- como ese lugar donde se despliegan instantes robados al tiempo, en un nuevo presente, fisuras en el devenir, para un regocijo luminoso?

(Si hay algún conocimiento que nos conduzca por ese río sólo puede estar ligado al ámbito de la intuición y lo sensible).

24 de septiembre de 2010

“Aquello que sucede en el rostro de un hombre es incluso más importante y luminoso que lo que acontece a su alrededor”
Ermanno Olmi

¿Podremos pensar el rostro –“El rostro”- como ese lugar donde se despliegan instantes robados al tiempo, en un nuevo presente, fisuras en el devenir, para un regocijo luminoso?

Si  hay algún conocimiento que nos conduzca por ese río sólo puede estar ligado al ámbito de la intuición y lo sensible.

11 de junio de 2012

La conciencia del fracaso.

Hay que crear con la conciencia del fracaso.

Hay que filmar El rostro (y todo lo que siga) con la conciencia del fracaso.

Es humano.

29 de junio de 2012

Vemos con Mario Bocchicchio los materiales de archivo que ya tenemos. Comentamos dos cosas dos fundamentalmente: la primera, vinculada a la relación cuerpo humano/naturaleza. Hay algo que nos interesa del plano general donde el cuerpo queda señalado como tal, pero sin identidad, sin señas más que la de un cuerpo en un espacio. Hay una tensión entre el ver y no ver, entre el saber y no saber, que lo vuelve misterioso y desata el deseo de ver. En segundo lugar, la acción de ese cuerpo siempre es “cruda”, necesaria: hachar, cocinar, remar, mover las vacas….

Esa noche Mario me escribe: “A veces pienso que ‘el concepto naturaleza’ mató a la naturaleza. ¿Quizás la naturaleza finalmente haga visible el rostro, en el continuo, en una pesca, en un pantano, con los árboles o una fuerte corriente de río o porque pasa el tiempo en nosotros y la sangre nos corre por las venas y afecta al sistema nervioso central o lo que sea de la muerte y la violencia? ¿Quizás es la naturaleza y su “impunidad” la que ilumina?

¡Guarda con los muertos! ¿Ellos aparecen en la naturaleza o con la naturaleza, o en el hombre que llega a la isla o con el hombre que llega a la isla? A mí me gusta más con, mucho más.”

30 de junio de 2012

¡Prestarle atención a la película que empieza a definirse en la intersección de las ideas y de los primeros materiales!

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Gustavo Hennekens, protagonista de El rostro

6 de julio de 2012

Ahora : el vínculo entre los muertos y los vivos no es de distancia salvada por el recuerdo. La relación se expresa como tensión entre distancia y cercanía. Los objetos, las acciones, los olores, la luz, traen al otro, lo presentizan. Pero esa presencia es a su vez una fuga, un agujero. En esas tensiones de aparición/desaparición, distancia/cercanía, debemos construir el vínculo entre los personajes.

“Algo así -me dice Abel Tortorelli- debe suceder con cada sonido: debe reponer el mundo y debe ocultarlo. Lo que aparece puede desaparecer y volver aparecer, pero siempre queda algo residual, algo que se acumula”.

Recordar: “Los pasos del que pasea/ se convierten en lugares. / Mientras se presenta ante/ el laberinto de los años/ se asoma al pozo de su cuerpo”. (Arnaldo Calveyra)

18 de julio de 2012

¿Puede haber sobre el mundo una mirada más o menos inocente, como si miráramos por primera vez? ¿Puede el plano, en esa inocencia, registrar un perro, un bote, el agua, un cuerpo, un rostro, en una expresión simple, cruda? ¿Estará la alegría en este encuentro sencillo con el mundo?

18 de julio (Por la tarde)

Bote, agua, orilla.
Bote, agua, luz, orilla, espinillo.
Hojarasca, camalotes, agua, bote, perro, ramas, rancho, fuego.
Hombre.

Hay que transformar las astillas del mundo que tenemos a mano en una visión.

18 de julio (Por la noche)

¿Hay algún vínculo entre visión y experiencia?

¿Es indispensable la experiencia para transformar esas astillas en una visión?

La experiencia no es un pensar en el mundo, sino que, en un inicio, es la certeza sensible de un estar en el mundo y de formar parte de algo que nos excede y nos resignifica. Uno sale siempre alterado de la experiencia: hay algo que nos impregna, una duración de lo otro en nosotros, que es siempre el origen de un nuevo conocimiento. La experiencia nos arrebata los ojos fosilizados y nos otorga una mirada enriquecida.

Lo que entiendo, también, es que la experiencia no es necesariamente el contacto con aquello inmensamente lejano; por el contrario es la inmersión en lo contiguo. La revelación que nace en su vientre es, en apariencia, insignificante; no son verdades dogmáticas o grandes paradigmas filosóficos. Lo que vemos es el rostro velado -desvelado en la experiencia- del mundo cotidiano. Vemos en las fisuras de lo familiar, en el hueco de nuestros prejuicios. Por eso, el cine no exige los ojos más allá, sino más acá, más humanos.

Tal vez: sólo la experiencia, inscripta sensiblemente en la película, puede transformar esas astillas del mundo en una visión.

19 de julio de 2012 (en Paraná, por la noche)

Luis me dice que tendríamos que estar a las seis en la orilla y que el sol, en el inicio, estará frente a nosotros y, luego,  en el camino hacia la isla,  a la izquierda de nosotros. Me dice también que mañana no habrá bruma.

Una breve charla telefónica con Gustavo. Un repaso rápido de lo que no tiene que olvidarse: bolso, gorra, abrigo.

20 de julio de 2012

Todavía es de noche cuando llegamos a la orilla. Maldonado nos espera con los botes listos.

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Nuestro guía en la zona, Héctor Maldonado

Siempre hay algo de inquietud en el arranque. Uno a uno nos saludamos, fraternalmente. Ya no hay palabras, salvo las indispensables.

Más allá, cruzando el río, las islas son todavía manchas oscuras, pero por un rato nada más. Después, serán una línea franca, territorio de sauces pelados y espinillos.

Nos subimos a los botes y nos internamos en el Paraná. No hay bruma. Pero hay un aire limpio de invierno, un silencio único.

Después de un rato, Luis nos avisa: “Ya tenemos la luz”.

Estamos en camino.

22 de julio de 2012

La bruma no es un capricho, ni una mera intención estética. La bruma es el hilo sutil entre La orilla que se abisma y El rostro. El deslizamiento de una película a la otra. La esperaremos con paciencia.

24 de agosto de 2012

Llovizna por la mañana. Dos botes se mecen en el agua en un espacio densamente gris. La duración de ese vaivén habla. Durante un buen rato escuchamos lo que nos dice.

Más tarde, desde el río llega Daniel Godoy, un viejo pescador. También nos habla y nos tomamos el tiempo para escucharlo. Recuerda (la palabra es imprecisa, porque hay algo de tiempo vulnerado en su relato) una gran tormenta en el río. Nos cuenta los detalles: desde dónde llegaba el viento, cómo entraba el agua a su canoa, cómo se hizo de noche en unos instantes. Se le ensanchan los ojos cuando habla, como si un espejismo trajera de nuevo aquella noche del tornado de San Justo: No sé si me dormí, me daba miedo caerme y que me coman las palometas...me perdí en el tiempo, nos dice.

No hay desesperación en esa historia: hay que adivinar el verdadero significado, el puente que se traza entre las palabras y sus emociones. Porque más tarde dice: Estoy cansado, me dan ganas de subirme a la canoa, con mis cosas, y perderme.

Los ojos vuelven a ensancharse cuando cuenta que tocaba una flauta para que la gente de la isla bailara en la arena en patas. Ríe, vuelve a ser feliz, lo sabemos. Entonces, los ojos ensanchados, repletos de imágenes recuperadas, lloran por primera vez.

Sólo grabamos su voz. Y un par de imágenes mientras achica el agua de su bote. Respetamos su pudor.

25 de agosto de 2012

Esta mañana el río nos regaló la bruma deseada. El invierno está a punto de marcharse y casi nos resignábamos a la ausencia de bruma. Fue Gustavo S. el primero que señaló una leve columna blanca que empezaba a alzarse del agua mientras nos subíamos a los botes.

En la bruma anduvimos una hora.
El silencio es una condición.
Al llegar a la isla, una enorme felicidad en todos.

Para festejar, Maldonado, nuestro baqueano, cocinó un enorme patí. Lo cortan en postas y lo fríen en grasa. Gustavo S., Huerto, Rodrigo, Gustavo H., Luis, Abel, Maldonado y yo, comimos el patí con las manos, al sol.

29 de agosto de 2012

Encuentro sencillo con el mundo (eso decía en una nota de julio): hay algo en el fondo de esas palabras en lo que hay que pensar.

Hoy diría, tal vez: encuentro sencillo con las cosas.

¿Por qué?

Quizás porque el contacto con las cosas nos salva de una belleza distante, previa, y nos pone ante los destellos intensos, impuros siempre, de la vida.

Eso sí: el contacto con las cosas parece exigir la paciencia de un corazón solitario, el corazón solitario de un grupo.

30 de agosto de 2012

La imagen de El rostro: ¿sombra de qué?

La imagen de El rostro (fundamentalmente la del plano): más cerca del mundo que de la mirada.

En el contacto con las cosas uno puede perderse, es el riesgo siempre. (Me pregunto, una vez más, qué significa para Godoy meter sus cosas en la canoa y perderse).

Tarea del grupo: nos acompañamos para no perdernos.

3 de septiembre de 2012

Escucho la grabación que hicimos con Godoy: no me acordaba que se había puesto a silbar mientras sacaba agua de su bote. Abel lo grabó.

Escucho su silbido, una y otra vez, y pienso: solo, en el río y en la isla, debe haber tenido mucho tiempo para escuchar a los pájaros. Su silbido nace de ese contacto, paciente, sincero.

Ésa es la clase de belleza que nos interesa.

15 de septiembre de 2012

El río, entre las islas, forma arroyos y cada uno de ellos recibe un nombre. Es muy difícil, para los que vamos de “afuera”, reconocerlos; porque mutan, porque se parecen, porque -llevado y dejándose llevar- uno pierde rápidamente las referencias.

Es muy difícil, también, para los que no somos de ahí, leer el río en su hondura concreta: las profundidades (ocultas o apenas sugeridas en la mansedumbre aparente del agua), o los cruces de corrientes en las entradas y salidas de los arroyos, siempre riesgosas, que exigen una particular dirección del bote, por ejemplo.

No es así para Maldonado, quien nos guía. Hay un saber, más allá de los nombres, que le permite accionar con naturalidad y armar recorridos simples. Esa dimensión del saber, aunque no es formulada, no desaparece: subyace y recoge una historia y una genealogía y se proyecta en el presente y en el futuro.

La persistencia de ese saber en Maldonado le da la verdadera dimensión a nuestros viajes.

Buscar en estas ideas las claves del montaje.

Todo está ahí.

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Dándole una indicación a María del Huerto Ghiggi.

20 de septiembre de 2012

Ella le dice: Sabía que ibas a venir, ayer soñé con tu padre. En el sueño nos miraba.

Ella no habla. De pronto está junto a él, comen pescado. El saca una posta de patí de la olla y se lo alcanza. El río está detrás. Hay viento, un murmullo en las ramas casi peladas. En el agua, unas leves oscilaciones plateadas.

Tal vez: se insinúa la primavera.

20 de septiembre (más tarde)

Le pregunto a la mujer de Godoy (ella se asoma a la puerta de la casa, camina con dificultad): ¿Qué piensa cuando su marido se va al río?

Me mira, como si mi pregunta le trajera un fantasma: Sólo pido que vuelva.

Ya no habla. Se mete de nuevo en la casa.

Persiste por unos instantes la forma de su cuerpo en el espacio vacío.

Sus palabras duran, más allá.

2 de octubre de 2012

Reviso la libreta, recupero algunas notas:

Algo así: se precipita la primavera, lenta, invisible (siempre por detrás de la acción del personaje). Y de pronto, sin darnos cuenta, estamos en el centro de la fiesta. Luz nueva en los sauces y en los arroyos. Y llegan otros. Y llegan los que no se fueron nunca. Se florecen. Rostros (y música) para todos los espejos.

No nos olvidamos de los perros. Están ahí, con ellos, con nosotros.
Hay tres ahora, echados en la orilla: dos al sol, uno a la sombra del sauce.
No debemos quedarnos viendo como la luz pasa sobre ellos. No ahora.

Hay una voz.
El viento la lleva y la trae.
Nos habla de un ahogado que da vueltas en el fondo del río.
Nos habla de una música y un baile en patas, en la arena.
Esa voz: pura intimidad.

No nos olvidamos de los niños.
Ahora hay dos sobre un bote. Mueven sus brazos y señalan algo en el río.
Están lejos. Hablan pero no los escucho.

Ella se aleja.
Ella está acá.
Huerto me mira: espera alguna palabra para conducir a Gustavo entre los sauces.

Todos, todos nosotros: dejarnos florecer.

24 de noviembre 2012

Volvemos a filmar, primavera hacia el verano.

Es importante que la película derive hacia la fiesta.

Le dije a Huerto: “simplemente estás feliz de que esté acá con vos”, confiando en que esto, como estímulo, accionaría en Gustavo. Y creo que funcionó bien. Hicimos pequeñas cosas, y ella estaba tierna, delicadamente alegre, y Gustavo tuvo matices. Pero es ella, su movimiento, su sonrisa, su acción en el rancho, la que gana en esta parte de la película.

Y también, mientras Gustavo tomaba mate con otro hombre junto al río, le pedí a ella que les contara su muerte, y lo hizo, un pequeño relato simple de cómo había muerto, lo contó sonriendo: “me morí una tarde de primavera, algo me empujaba y yo resistía al principio, pero después ya no”. Y enseguida caminó hasta el río - ellos la miraban-, se mojó la cara, volvió, se puso junto a Gustavo, y simplemente ya estaban juntos.

25 de noviembre de 2012

Hoy Maldonado nos contó que lo visitó Dios. Celia, su mujer, es epiléptica y dos veces, desde un bote, se cayó “muerta” al río y la sacaron con las dificultades comprensibles. En otro de esos ataques cayó al fuego también y tuvo quemaduras importantes. En ese momento, cuenta Maldonado, lo visitó Dios.

También comenzamos a filmar parte de la secuencia final. Gustavo se marcha. Los que estuvieron con él lo observan marchar. Van llegando, aparecen de la espesura, miran a cámara, entre los árboles, fugaces, serenos, para despedirse. Gustavo se sube al bote, empieza a remar. Desde la orilla, lo mira su padre. Gustavo rema, vuelve al río donde ya no hay bruma sino sol y reflejos dorados en el agua. De pronto, Gustavo se pierde en los reflejos. Lo vemos y ya no lo vemos más. Queda un inmenso reflejo dorado que dura, sólo eso.

Una tarde para callarnos.

Una tarde para observar el golpeteo de los pájaros nuevos sobre el aire de la orilla en la que estamos.

Un último azul, intenso, para después.