Fragmentos de mi cuaderno de notas.

Fantasías Revolucionarias de Trabajadoras Sexuales.

por Agustina Comedi

V. me muestra: Una cicatriz profunda y larga. Es hermosa, ella, su cicatriz. Todo. Se lo digo. Le da vergüenza y se la tapa con el pelo. Creo que se sonroja. Se lo pregunto.

V me dice: Las putas también tenemos vergüenza. No sabe cómo cerrar eso que abrió. Aunque… vergüenza es robar y no llevar el pan a la casa, dice. Y se siente cómoda otra vez.

¿El humor es una máscara?

¿Es una lanza?

¿Una zona?

V. me cuenta: Yo fuí a la zona en la que se paraban las chicas trans ahí en Flores. Tenía 19. Re chica. No tenía mucha idea de los códigos y la esquina es difícil. Al principio nada, ni bola. Pero después con el pasar de las semanas, ya alguna me conversaba. Otra me convidaba un trago de caña y así. A mi me empezó a ir bien, qué querés que te diga. Los clientes me buscaban. Y en esos días llegó la vieja. Vió que un cliente suyo de siempre quería conmigo y sacó la navaja.

La vieja no cobra jubilación. Yo no digo que esté bien. Si la cruzo la mato. Pero acá entre nosotras, la pobreza, la policía, la el maltrato, eso te hace mala.

Después de nuestro encuentro, volví a ver a V. en una marcha. Llevaba una bandera que decía Jubilación para las Trabajadoras Sexuales.

S. me cuenta: A principios del siglo XX, en la Rambla de Montevideo, una nena tira piedras al río. O al mar… a esa altura qué es? Río o Mar?, me pregunta. Todas las tardes hasta que cae el sol, la nena va y tira piedras. Cuando el sol apenas toca la línea del horizonte, la nena corre hasta su casa. Todos los días.

Las aguas de Montevideo son aguas ambiguas. Entiendo que es un estuario, pero qué es un estuario? La palabra estuario no jala ninguna imagen. Además el agua en Montevideo no es ni dulce ni salada.

Cuando vivía a bordo me incomodaba esa ambigüedad. Volver al río era para mi volver a Buenos Aires, a lxs amigxs y a vivir en tierra. Volver al mar era volver a Rocha, y a la promesa de cruzar el golfo de Santa Catalina de una vez y dejar de volver. Además en el mar los barcos de madera no se pudren.

Pero íbamos y veníamos. Montevideo era el medio. Ni una cosa ni la otra. Montevideo era, para mi yo de aquel momento, no tomar ninguna decisión. Esa indefinición que me incomodaba tanto cuando vivía a bordo, ahora me gusta. En la ambigüedad hay más espacio que en la certeza. No se trata de no tener convicciones, todo lo contrario. Es entender que son precarias y temblorosas. Hacer como G. Decir una zona.

S. me cuenta: La nena tocaba la puerta de la casa y su mamá la recibía recién bañada. De grande, la nena todavía se acuerda del olor a perfume de su madre. Las dos se vestían con ropa linda y salían. Iban a cenar al restaurante más caro de Montevideo. Todas las noches, todas las personas que estaban sentadas, comiendo en el restaurante más caro de Montevideo, miraban -mal y sostenidamente- a la mamá y a la nena.

A veces los odio tanto, que pienso que no merecen nada, ni la vida, me dice S.

Cuando los odia tanto tengo miedo ¿Qué tan lejos estoy yo de ellos? Montevideo.

Es ese gesto de S. lo que me conmueve de todo esto. Está hecho de rabia y de otras cosas.

Me gusta porque me incomoda. Todavía no entiendo cuales son las otras cosas.

S. me cuenta: La nena estudió en un buen colegio, tiró piedras todas las tardes, y comió en el restaurante más caro de Montevideo todas las noches. Un día su mamá se murió. Unos tíos, vendieron la casa, se quedaron con la plata y trajeron a la nena a vivir a Buenos Aires. Mientras la nena cocinaba y limpiaba para ellos, los tíos insinuaban cosas.

S: Soy bisnieta de una puta, lo supe después de ser puta. Me lo contó mi abuela, que es la nena.

Todas las tardes, la bisabuela de S. mandaba a su hija a tirar piedras a la rambla. Sus clientes llegaban, ella les ofrecía sus servicios, y antes del atardecer los hombres se iban. La nena volvía, se vestía con la ropa que su mamá pagaba con el dinero que ganaba con su trabajo. Y salían. Ningún rico podía soportar que una puta y su hija, se sentaran a comer en la mesa de al lado en el restaurante más caro de esa ciudad. Ningún tío podía soportar que esa nena creciera amando a su mamá y sin vergüenza.

Una hija de puta le cuenta a su nieta la historia de su mamá. Se lo cuenta con orgullo. La nieta lo agradece.

“Donde existe el peligro, crece lo que salva.” H.
*Nota sobre una película en proceso.

Agustina Comedi nace en Córdoba (Argentina), en 1986. Estudia Letras Modernas y Tecnicatura en Corrección de estilo en la UNC. Se instala en Buenos Aires y asiste a los talleres de guion de Pablo Solarz durante tres años. Se forma también en los Talleres de Mauricio Kartun, Ariel Barchilón, Marta Andreu y Gustavo Fontán, dando lugar a su carrera como guionista. En 2017  finaliza su ópera prima "El silencio es un cuerpo que cae", estrenada mundialmente en IDFA (Holanda). La película recorre más de 60 festivales alrededor del mundo. Y recibe entre otros premios el Cóndor de Plata a Mejor Película Documental en el 2019. Actualmente se desempeña como docente del Taller Audiovisual del Bachillerato Popular Raymundo Gleyzer, asesora proyectos cinematográficos y escribe su próximo largometraje.