Migas en el mantel

por Toia Bonino

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Leí en algún lugar que es una característica del discurso femenino anteponer una cantidad de pedidos de permiso y de perdones a nuestras exposiciones. Y la verdad, que yo en este momento me siento así.

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No sé mucho sobre ser mujer, y mucho menos sobre serlo en el contexto del cine documental, y justamente es en relación a esos temas que se centra esta invitación a escribir.

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Acepté advirtiendo que, si no se me ocurría nada, evitábamos el papelón ambos: invitada y anfitrión.

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Disculpada de antemano, y lejos de poder hacerlo de un modo neutral y serio, intento con estas anotaciones responder, no sin incomodidad, la invitación aceptada.

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En este momento me encuentro editando La Sangre en el Ojo, la continuación de mi primer largo, Orione, gracias al cual, supongo, algo tengo que ver con el documental.

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Algo particular de esta segunda película es el modo en el que el personaje que entrevisto, rápidamente descubre mi estilo y me deja en evidencia.

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Yo le hago muchas preguntas a él, como a casi todas las personas que conozco. Le pregunto por sus catorce años en la cárcel, por los delitos que cometió, por el modo en que quiere vengarse de quién lo traicionó.

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Él me pregunta cuántos años tengo, por qué no me hago la francesita, o no me pinto las uñas de los pies. Me aclara que estoy buena, pero que si me arreglara más, estaría mejor.

La sangre en el ojo, Toia Bonino

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Yo le pregunto si él secuestraba gente al boleo, si me podría haber agarrado a mí, y él me dice: vos no te ofendás, si yo te veo por la calle pienso, esta mina no tiene ni para la tintura. Al máximo, me sirve tu auto porque es discreto.

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Rápidamente Leo se dio cuenta mi desentendimiento sobre ciertos divinos detalles femeninos.

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Cuando ya casi no tenía paciencia ni plata para terminar Orione, conocí a Fede. Él era un productor con experiencia y le empecé a decir productor estrella. Puso un manguito y pudimos hacer el DCP necesario para salir al ruedo.

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Él iba a producir la siguiente película, la que ahora estoy editando. Yo insistía en que no necesitaba tantas jornadas con DF, sonidista, productor y asistente, pero sí muchas jornadas con la cámara, para poder mirar, sin temor a perder eltiempo.

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Él venía de producir películas grandes de ficción. Yo venía del ambiente de las artes visuales, y milagrosamente había llegado a terminar Orione. Lo que pasa, me dijo, es que no sabes dirigir. Es verdad, asentí un poco dolida, intento hacer las películas pero no dirigir a otros a que las hagan.

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Nunca antes había ido a ver películas al Bafici, ya formar parte de la programación me parecía valioso.

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La primera película que vi, fue una que pasaban justo antes de la mía. Me pasé gran parte de la película, sintiendo que lo que yo hacía no tenía nada que ver con el cine. Fué justo una película muy ajustada de color, complementarios en todos los encuadres.

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La semana siguiente me llamó Fede. Yo estaba en el recreo de mi clase de inglés. Dijo que a pesar de lo que había dicho la semana pesada, yo había ganado el premio a la mejor dirección en el Bafici.

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Sí, claro, los premios o los reconocimientos, dan cierta seguridad. Pero también me muestran lo dependiente que soy al reconocimiento de otros. Aunque muchas veces desprecio a esos otros, autorizados a cortar el bacalao.

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Yo me siento más pintora en el modo de producir que cineasta.

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Una vez me preguntaron algo en relación al público. Como mi referencia es el diálogo del uno a uno de la pintura, por pocos espectadores que haya en la sala, para mí son una multitud.

La sangre en el ojo, Toia Bonino

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Creo que un signo particular de mi mirada, con ojos chicos, tiene que ver con el rodeo de los temas, más que un acceso directo. Un recorrido por distintos pedazos de la realidad, que vienen a conformar una cierta visión incómoda.

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Un rompecabezas que se arma con imágenes provenientes de diferentes campos. No las jerarquizo sino que, es en la potencia de sus contrastes como se construye el relato. En este artificio puedo reconocer mi modo de hacer.

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Me interesa como aquello que parece íntimo y particular de las historias, con pequeñas diferencias, se repite hasta el cansancio.

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Me gustan los detalles, las pequeñas anécdotas, aludir a una situación compleja a través de distintas piezas. Un rompecabezas que como los archivos, y como la memoria, parece ser caprichoso.

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Me llaman la atención los decorados de las tortas, los cumpleaños, las piletas de lona. Me parecen lugares privilegiados donde se depositan las anécdotas, como si fueran migas en un mantel.

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Migas, que cuentan muchos sobre quien come. O sea todos.

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Antes, creía que tener una idea sobre qué hacer, era algo mágico. Siempre temía no saber más que hacer al terminar. Últimamente me viene pasando que una película llama a la otra.

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Con sus similitudes y diferencias, como si fueran hermanas. Con esa tensión entre parecidas y únicas.

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¿Será que mis hijos crecieron ya lo suficiente, y puedo dedicarme a criar películas?

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¿Vos no te pones perfume? Corte así, yo contra el mundo - me dijo Leo. Solo le dije que no es esa la manera en la que me pongo perfume, pero intuyo que se dio cuenta de mis inseguridades.


Toia Bonino nació en Buenos Aires  en 1975. Es Licenciada en Artes Visuales (IUNA) y Licenciada en psicología (UBA). Egresó de la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano y de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. En el 2018 realizó “Orione desplegado” una video instalación en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Su primer largometraje Orione (2017), recibió el premio a la mejor dirección en el 18º BAFICI y mejor película y mejor montaje en FIDBA, su estreno internacional fue en IDFA,  Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam. Actualmente se encuentra editando La Sangre en el ojo, producida por GemaFilms.