¿El cine es político? ¿El cine “debe ser” político? ¿Qué es lo político en el cine? ¿Por qué se le adosa esta función al cine documental? ¿Cuándo se le permite ser nada más que cine, lenguaje, arte?
La idea de que el cine que trabaja con imágenes de lo real debe hacerlo sobre conflictividades sociales ha llevado, a gran parte del documental, a limitar sus capacidades narrativas, y gracias (en parte) a los cambios tecnológicos, resiste en cada época ese lugar que se le ha intentado asignar. Esos “desvíos” nunca estuvieron ausentes, el cine mismo nace como un dispositivo que experimenta con lo real, y tanto los Lumière como Vertov o el mismo Flaherty así lo demuestran.
Podemos decir que el lenguaje del cine documental es tan múltiple, permeable, riesgoso y metafórico como cualquier otro cine. Por lo cual, limitarlo a una sola modalidad de expresión es una gran pérdida.
Muchos realizadorxs se abocan a explorar sus posibilidades poéticas y dan cuenta de que el acceso a lo real es compatible con el compromiso y con la importancia de interrogar y tomar posición ante las formas en que la humanidad manifiesta sus crisis, sus luchas, sus injusticias.
El cine documental, a lo largo de su historia, ha ocupado diversos lugares: de denuncia, como herramienta de lucha, de información y/o contrainformación, de experimentación, como memoria o testimonio… Hoy, ¿qué es? Esto es lo que nos preguntamos siempre quienes lo pensamos y luego lo hacemos.
La comunicación audiovisual, que actualmente ha tomado diversas modalidades de expresión, sobre todo a través de las redes sociales, tornaron el lenguaje de la televisión, que formaba parte de una cierta narrativa de “lo real”, en un modo de expresión al alcance de cualquier teléfono y, por ende, de todos y todas, imponiendo un ruido que se manifiesta hoy con la IA, en “un nuevo real”. “Lo fake”, que en su momento Orson Welles nos mostró como un maravilloso ejercicio de estilo cinematográfico, se volvió un elemento formador de sentido común.
En el marco de una necesaria reflexión acerca del lugar del cine documental, en su vínculo actual con lo político, DocuDAC Revista Digital la emprende con un Dossier que interroga las “Resistencias al poder político en el cine documental argentino”, invitando a tres autores a profundizar sus miradas en torno a este tema.
María Iribarren nos brinda una rápida historización que pone en contexto los cambios de este cine y sus autores desde su emergencia en los años 50/60 hasta hoy. Recorre los nombres que marcaron el crecimiento y la transformación de un cine que se fue construyendo al vaivén de los cambios políticos y tecnológicos, señalando con claridad las diversas tendencias y formas representacionales, que fueron imprimiéndole al cine de lo real en nuestro país su gran potencial: “Dos circunstancias signan el pasado y el presente del documental argentino. En el pasado, la resistencia al poder político, así como a las matrices hegemónicas de ese cine, explorando modos de representación y modelos de producción. En el presente, la irrupción y expansión del documental en primera persona, la incorporación de herramientas digitales, así como el número creciente de realizadorxs, cuyas películas, entre muchas otras virtudes, saldan la ausencia de imágenes de ‘lo real’ con mirada de género”.
Por su parte, Myriam Angueyra, pisando las raíces, sueña con un futuro del cine que permita narrar este presente de crisis. Vuelve a uno de los padres fundadores, no solo del documental argentino, sino latinoamericano, que crea la marca de la crítica social a través del cine de “lo real”. Este recordatorio de la figura emblemática de Fernando Birri le sirve para preguntarse por sus resonancias actuales.
El texto de Eduardo A. Russo, en cambio, se detiene en imágenes de un pasado no tan lejano, que nos habla de este presente a partir de un film que, por su misma materia, es esencialmente político, El juicio, de Ulises de la Orden, realizado con las imágenes del juicio a la Juntas militares, responsables, en nuestro país, de la última dictadura que llevó adelante un genocidio que nos dejó 30.000 desaparecidos. El filme “revisita” esos archivos, confiriéndoles, a partir del montaje, un nuevo sentido, el que destaca el carácter de maquinaria de Estado, montada para desaparecer y asesinar personas, de consecuencias aún presentes en nuestra sociedad. “El juicio trabaja sostenidamente aquello que en la imagen resiste al espectáculo, para proponernos el acceso a esos modos de comprensión que el cine de lo real no cesa de explorar”.
Con esta afirmación, Russo nos compromete a entender la imagen misma como una construcción política que nos obliga a estar alertas, a ver más allá de lo que aparece en la escena. Y la dimensión grupal de lo monstruoso, que continúa habilitando la impunidad del presente.